Derechos reservados - año 1 - número 6

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La Venus de Milo

¿Bendito sea el campesino griego cuya pala exhumó a la diosa sepultada desde hace mas de 2000 años en un campo de trigo! Gracias a él, la idea de la Belleza se ha elevado a una altura sublime, y el mundo plástico ha vuelto a encontrar a su reina.
A su aparición, ¿cuántos altares desplomados, qué de prestigiosos desvanecidos! Como en el templo bíblico todos los ídolos rodaron al suelo. La Venus de Médicis, la Venus del Capitolio, la Venus de Arlés, quedaron humilladas ante la Venus dos veces Victoriosa, que las redujo, al levantarse de nuevo, a un papel secundario.
¿Ha contemplado nunca la mirada humana forma tan perfecta? Sus cabellos recogidos negligentemente, ondulan como las ondas de un mar en calma. Pequeñas bandas de pelo cortan su frente, ni demasiada alta ni demasiada baja, tal como debe ser el asiento de un pensamiento divino, único, inmutable. Sus ojos se hunden bajo el arco profundo de las cejas, que los cubren de nuevo con su sombra, hiriéndolos con aquella ceguera sublime de los dioses, cuya mirada, ciega para el mundo exterior, recoge en síla luz y la difunde por todos los puntos de su ser. La nariz se une a la frente por aquel trazo recto y puro que constituye la línea misma de la belleza. La boca, entreabierta, se hunde en los ángulos y se anima con el claroscuro que proyecta sobre ella el labio superior, exhala el halito interrumpido de las vidas inmortales; su leve movimiento acusa la elegancia sublime de la barba, que se distingue por imperceptible aplanamiento.
Fluye la belleza de aquella cabeza divina y se derrama por el cuerpo a la manera de una luz.. El cuello no adquiere las blandas inflexiones del cuello del cisne, que la estatuaria profana comunica a sus Venus es recto, fuerte casi redondo, como un fuste de columna que soporta un busto. Las espaldas estrechas se desarrollan, como contraste, la armonía de un seno digno,
como el de Elena, de servir de molde para las copas de altar, seno dotado de virginidad eterna, que el Amor no ha fatigado desflorándolo con sus labios y en el que los 14 hijos de Niobe podrían beber sin alterar el contorno. El torso ofrece los planos cadenciosos y sencillos que marcan las divisiones de la vida. Sacadera derecha, ablandada por la inclinación de la postura, prolonga su ondulación en su vestidura escurridiza que la rodilla echa hacia delante y la deja caer de nuevo en pliegues majestuosos.
Pero la belleza sublime es inefable. Sólo la lengua de Homero y Sófocles sería digna de celebrar aquella real Venus; porque únicamente la amplitud del ritmo helénico podría modelar, sin degradarlas, sus formas perfectas. ¿Con qué palabra expresar la majestad de aquel mármol tres veces sagrado, la atracción mezclada de terror que inspira, el ideal magnífico e ingenuo que revela?
El rostro ambiguo de las esfinges es menos misterioso que aquella cabeza juvenil en apariencia tan sencilla. Por un lado, su perfil exhala una dulzura exquisita; de otro, la boca contrae su contorno y la mirada adquiere la oblicuidad de un desdeñoso reto. Contempladla de frente, y veréis que el rostro tranquilo no expresa más confianza que la victoria. La plenitud de la dicha.
La lucha sólo duro un instante; Venus, al surgir del seno de las ondas, de una mirada abarco su imperio. Los dioses y los hombres han reconocido su soberanía… y ella al pisar la playa se expone, semidesnuda, a la adoración de los mortales…

Paul de Saint Víctor
Hombres y Dioses
Editorial Sopena Argentina SRL
1946